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Alcohol

Publicado:  at  17:33

Un día decidí dejar de beber alcohol. No tenía (ni tengo) problemas con la bebida, salvo un malestar estomacal recurrente. El alcohol me provocaba una acidez tan fuerte que a veces me impedía dormir e incluso me dejaba el esófago en carne viva.

Mi consumo era social: nunca bebía en casa ni solo. Con el tiempo, mi vida social fue reduciéndose y, con ella, también mi consumo de alcohol. Sin embargo, cuando bebía, no solo sufría las molestias digestivas de siempre, sino que además el alcohol me afectaba mucho más que antes. La consecuencia era doble: dolor de estómago y resaca.

Al cumplir 40 años, me pregunté qué sentido tenía seguir con esta costumbre si solo lo hacía unas pocas veces al año y siempre con consecuencias negativas. Así que decidí dejarlo por completo.

En mi día a día, la decisión no ha supuesto ningún problema, ya que simplemente no bebo. En las reuniones sociales, solo he tenido que explicárselo a las personas más cercanas, y rápidamente lo han entendido. Sin embargo, en otros entornos, la reacción no ha sido la misma: siempre aparece alguien que insiste con un “venga, una cervecita”. Esto, al menos, me ha servido para identificar mejor el tipo de personas con las que me relaciono.

Por otro lado, dejar de beber me ha permitido observar con más claridad el comportamiento de quienes sí lo hacen. El impacto ha sido revelador: he visto a gente enzarzarse en conversaciones sin sentido, presenciar actitudes inadecuadas o reacciones exageradas ante situaciones normales. También he podido comprobar de primera mano lo difícil que es el trabajo en hostelería cuando se trata con personas ebrias.

Pero lo peor de todo ha sido darme cuenta de algo incómodo: seguramente, yo también era así. Pensar en cuántas veces habré metido la pata o he sido un imbécil por estar bebido no es un pensamiento agradable, pero sí una lección valiosa.


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